Por Roberto Elissalde (*)
Por Roberto Elissalde (*)
Hace doscientos años, el canónigo Juan María Mastai Ferretti (su nombre secular completo, en italiano, era Giovanni Maria Battista Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti), miembro de una familia italiana de la nobleza, fue destinado a integrar la comisión pontificia enviada a Chile, a cuyo frente estaba el arzobispo Juan Muzi (Giovanni Muzi). El sacerdote Mastai Ferretti, que con el tiempo llegaría a ocupar el trono de Pedro con el nombre de Pío IX, dejó un interesante diario de dicho viaje con sus impresiones, el que fue traducido en 1848 por Domingo Faustino Sarmiento en Chile y es prácticamente desconocido.
La misión no tuvo demasiado éxito, mal recibida por Bernardino Rivadavia y el gobierno, y por una parte del clero, despertó sin embargo simpatías en la población, que recibió a monseñor Muzi con antorchas cuando pisó tierra y lo acompañó hasta la posada donde se instaló o con las espontáneas adhesiones populares cuando el carruaje llegaba o se retiraba de los templos donde celebraba su ministerio sacerdotal.
El 20 de enero de 1823, dos siglos atrás, Mastai Ferretti llegó a la Posta de la Calzada, donde durmió: "(...) Estas no son otra cosa que dos o tres cabañas de barro techadas con paja, desvencijadas y faltas de todo, por lo que es necesario dormir en el suelo o al aire libre". Uno de los entretenimientos de los viajeros era cazar: "(...) unos de los que iban en la comitiva cazaron una vizcacha excepcional, más gruesa que un gato, cara más fiera, bigotes bajo la nariz y otros bigotes más cortos y sedosos que le circundaban los labios lateralmente arriba y abajo. Tienen sus cuevas bajo tierra, de donde salen al atardecer. Son comestibles y tienen carne blanca".
El 21 de enero, fiesta de Santa Inés, el futuro Pío IX llegó a Rosario y se enteró "que a la distancia de 20 leguas hacía poco que habían aparecido los indios", pero le dijeron que "venían al principiar la luna, ahora no existía peligro alguno, pues nos encontrábamos en la menguante". El cura lo invitó a confirmar al delegado pontificio, el arzobispo Muzi, cosa que hizo en la tarde, hacía muchos años que no pasaba por allí un obispo para celebrar dicho sacramento, por lo que la iglesia de llenó de gente a las seis de la tarde. Apuntó en el diario: "(...) resultó tan concurrida y con tantos gritos de los niños y la gente que se amontonaba que fue una gran fatiga para monseñor y para quien lo asistía".
El pueblo "tan pequeño, queda sobre las riberas del Paraná donde hay una especie de puerto"; el párroco le dijo que hay enfrente "muchas islitas habitadas por los tigres, que no dañan al hombre y huyen con facilidad, estaba tan seguro de esto que cuando iba a pescar se ponía a dormir sin temor en la ribera del río".
Apenas veinticuatro horas estuvo en Rosario, porque el carruaje siguió camino y llegó al atardecer después de recorrer 24 leguas a la Posta de la Guardia de la Esquina: "Ahí por temor de los indios se vivía como atrincherado por pozos de agua y cercos de tunas". Poco pudo descansar porque los mosquitos lo martirizaron, comprobó que esos campos eran menos fértiles y pobres en existencias de ganado: "(...) ya habíamos dejado el Paraná y esto influía mucho en la fertilidad del terreno; en cuanto a la escasez de ganado ésta debía atribuirse en gran parte a los robos de los indios. Vimos también muchos ciervos y gamos".
Estas son las impresiones que dejó apuntadas el futuro Pontífice, en su recorrida por nuestras pampas anotó esta frase: "¡Que buen corazón tiene esta gente de campo!". Merecido elogio de quien desde el 3 de setiembre de 2000, fue elevado a la dignidad de estar en los altares. A dos siglos de distancia bueno sería que una sencilla placa recordara esta visita en los lugares de la provincia que supo visitar.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos. El autor es miembro correspondiente de la Junta en la ciudad de Buenos Aires.
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